“Pero yo pensé que cambiarías por mí"
Desde el principio fui clara. “Soy poliamorosa”, Él asintió con la cabeza como si le hubiera dicho que me gustan los gatos. Cero preguntas, cero reacción.
—Sí, sí, claro, no hay problema —respondió, con la confianza de quien no escuchó una sola palabra de lo que dije.
Yo lo supe en ese momento. No había procesado nada. Solo me veía con esos ojos de cazador de discoteca, convencido de que lo suyo no era más que una misión de una noche o, con suerte, una fase de intensidad corta.
Y lo fue… hasta que dejó de serlo.
Al principio, todo iba según el plan de él. Nos veíamos cuando podíamos, disfrutábamos sin complicaciones, sin compromisos. Yo seguía siendo poliamorosa y él seguía sin procesarlo.
Pero luego vinieron los "accidentes emocionales".
Primero fue un simple "¿con quién estabas ayer?", dicho con un tono casual, aunque sus ojos lo traicionaban.
Después llegó el "oye, creo que te extraño", seguido de un mensaje pasivo-agresivo cuando no respondí en 30 minutos.
Y finalmente, la gran explosión:
—No puedo más con esto. Me duele demasiado verte con otras personas.
Y ahí estaba él. Parado en mi puerta con cara de cordero degollado, víctima de su propia negación.
—Pero te lo dije desde el principio —respondí con paciencia.
—¡Pensé que cambiarías por mí!
Ahí estaba la trampa. El viejo cuento de "esto es temporal hasta que me ames lo suficiente para dejarlo". Pero esto no era un hábito que iba a soltar como quien deja de fumar. Era mi identidad.
—No, cariño. No soy un rompecabezas al que le falta una pieza, ni un error que corregir. Te avisé. Fuiste tú quien pensó que esto no iba en serio.
Su cara pasó por todas las fases del duelo en menos de cinco segundos.
Negación: "Pero lo nuestro es especial".
Ira: "Eres egoísta".
Negociación: "¿Y si solo sales conmigo?"
Depresión: "Entonces nunca podré tenerte completamente".
Aceptación… aún no había llegado.
Lo abracé con cariño, pero sin culpa. No era mi responsabilidad cargar con la decepción que él mismo se fabricó.
—No quiero hacerte daño, pero no voy a ser quien no soy para hacerte feliz.
Me miró en silencio y supe que esta era nuestra despedida.
Cerré la puerta con un suspiro. Lo veía venir desde el primer día, desde aquel mojito donde no escuchó nada de lo que dije. Y aún así, aquí estábamos.
Otro caso más del "te acepto como eres, hasta que me enamore y quiera cambiarte".